“Jugar a la guerra” – Bernardo Quesney
Hace unos años, cuando aún era joven, un director de fotografía me dijo:
“Es un videoclip no más.”
Nunca más le hablé.
Bueno, exagero. En realidad, perdí la voz por dos años a causa de una migraña mal tratada.
El cuerpo es sabio. Hay que escucharlo.
Y en ese silencio aproveché de dejar de hablar con directores de fotografía que no compartían mi visión del mundo.
Porque sí, dicen que las guerras son por visiones distintas, por razones extractivistas o para preservar el modelo económico.
Pero mi guerra era contra esa persona. Porque encarnaba todo lo que no quiero ser.
Su escala de valores no es la mía.
Y está bien.
De verdad: no me importa.
Lo que sí hice, como forma de venganza fue estudiar cómo traducir una canción en imagen.
Quise entender cómo un color puede ser una nota.
Cómo un movimiento de cámara puede convertirse en instrumento.
Cómo un plano puede generar ritmo.
He entrevistado a muchos músicos para mi ensayo: “Es un videoclip no más”.
Y todos, sin excepción, llegan a la misma conclusión:
No se puede traducir en imágenes una canción.
Lo que hacemos es otra cosa.
La llevamos a un lugar común para que, desde tu casa, digas: Si soy.
Y te sientas un poco menos miserable.
Mientras tanto, ese director de fotografía que aborrezco, sigue defendiendo que los videoclips deben ajustarse a su género, a su estilo, a los cánones estéticos del momento.
Esta muestra es mi forma de decirle que no.
Que la forma es una construcción personal.
Que los videoclips pueden desmarcarse de sus propias lógicas.
Que, sí, hay que escuchar la canción.
Pero también hay que tener cuidado con que lo que escuchamos no sea solo un eco de nuestra forma arcaica de estructurarlo todo.
Nos gusta estructurar porque todo caduca.
Como mi enemigo público.
Quiero que en esta muestra todos aprendan a odiarte.
Y que digan, con fuerza:
“No es un videoclip no más.”
Igual, mi mensaje no es bélico.
Porque mi forma de luchar es mostrarte esto.
Y eso, créeme, duele más que un golpe.