//Insectario VETA

INSECTARIO VETA – 17 BAM

Nicolás Oyarce curador

En el interior del palacio de VETA instalamos una selección de diversos relatos en torno a la naturaleza de los reinos: humano, vegetal, fungi y animalia. Organizado como un insectario, en cada sala encontrarás viajes imaginarios, espacios de cuidado, colección y de observación: un hábitat donde conviven especies extremófilas, mínimas, singulares, frágiles, y muchas veces, incomprendidas. 

Cada obra aquí presente se asemeja a un ser vivo hallado en la frontera de las cosas: obras resplandecientes, a veces camufladas en el sistema de su representación, especies compañeras, cuerpos humanos y no humanos instalados en este palacio de mármol, raras ecologías siempre necesarias para mantener el equilibrio de un ecosistema más amplio y rico. Lejos de la homogeneidad, este insectario imaginario abraza lo múltiple, lo excéntrico y lo incómodo. Porque, al igual que en la naturaleza, la verdadera riqueza del arte reside en su capacidad de ensayar mutaciones, producir diferencias y generar interdependencias inesperadas.

Si los insectos de este relato polinizan, descomponen, fecundan y regeneran, los artistas aquí reunidos cumplen funciones análogas en el terreno simbólico: fecundan imaginarios, descomponen los lenguajes digitales y fermentan nuestras certezas físicas y teóricas, polinizan ideas y regeneran sensibilidades fuera del Antropoceno. Cada gesto artístico, actúa aquí como una pequeña alteración en el paisaje cultural, capaz de transformarlo en su conjunto. En este Insectario las obras no se organizan bajo una lógica jerárquica, sino como una colonia en constante movimiento. En esa multiplicidad de voces resuena un potencial utópico de creación. 

El Archivo de la Memoria Trans Argentina no es un simple resguardo de papeles ni de imágenes: es la prueba viva de que seguimos aquí, tercas y luminosas, con la ternura como bandera. Todo lo que alguna vez intentaron borrar late en estas memorias con una vitalidad indomable, como un corazón que no se rinde. Cada cuerpo trans es un universo de amor, un territorio de dignidad y de lucha, y el archivo se vuelve la casa donde esas vidas encuentran cobijo, cuidado y reconocimiento. No se trata de ordenar ni de normalizar, sino de abrazar y celebrar la belleza de existir en toda nuestra diversidad. En los videos-performance de Mabel, con sus materiales travestis y una desarmante simpleza, se inscribe un gesto que subvierte las categorías del arte: esto no es arte, yo sí soy. A su vez, Diamela Burboa encarna un vestigio vivo de los sueños de infancia que se niegan a desaparecer, resistiendo la lógica de lo efímero para volverse permanencia. Sebastián Pinto (Monito del Monte) nos conduce, en cambio, hacia una experiencia mística: una hormiga que recorre los pliegues de la mente como un videojuego metafísico, desplegando una montaña sagrada en forma de instalación. Javiera Peón Veiga transformará el palacio en un tecno humedal inmersivo.

En diálogo, la curatoría de Bernardo Quesney, titulada “Jugar a la guerra”, propone una selección de videoclips que escapan a las lógicas capitalistas de producción de subjetividad. Obras que se acercan más al videoarte que al video promocional, desbordando el marco de la industria cultural para situarse en un campo experimental y crítico.

Para la Bienal, custodiar a estos “bichos raros” —alados, híbridos, incómodos o mutantes— es un gesto de reconocimiento: en la fragilidad de sus obras y en la obstinación de sus cuerpos se anida la potencia de imaginar un mundo más tierno, un ecosistema donde la vida insiste en seguir en movimiento. Estas prácticas recuerdan que lo raro no es un desvío de lo natural, sino su condición de posibilidades.

//Actividades

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